martes, 16 de diciembre de 2014

Hogar (parte II)

"No importa donde vayamos, nos llevamos a nosotros mismos y a nuestros perjuicios.
¿Se trata del lugar hacia donde huimos o el lugar de donde huimos? 
Sólo para escondernos en lugares donde somos aceptados sin condiciones. Lugares que se sientan como un hogar para nosotros.
Porque al fin podemos ser quienes somos."

- Dexter

lunes, 15 de diciembre de 2014

22/11/63

Anoche acabo de terminar de leer 22/11/63 de Stephen King. Soy un convencido de que cada libro es un viaje, pero este resulta muy especial porque precisamente trata de eso: de viajar, pero en el tiempo.

Creo que todos alguna vez hemos jugado a imaginar qué haríamos si pudiésemos viajar en el tiempo. A veces lo hacemos más serios y de forma recurrente y casi inconsciente tal vez cuando nos arrepentimos de algo que hicimos y deseamos con el corazón haber hecho algo distinto. Nunca sabremos cómo hubiesen resultado las cosas si tuviésemos la oportunidad de cambiar el pasado. Solemos pensar que sería todo muy diferente pero para bien.

No todo el mundo tiene segundas oportunidades para hacerlo distinto. A veces duele más saber que se tuvo un nuevo inicio y no se pudo (¿o quiso?) aprovechar. Y todo el libreto se vuelve a quemar. Otras veces sentimos que no importa cómo lo hagamos ni cuántas veces lo intentemos... Nos gusta engañarnos con conceptos fútiles y de ficción como "destino", "karma", "hilos invisibles", "otras vidas", etc. Seguramente lo hacemos para sentirnos un poquito mejor con nosotros mismos y convencernos de que lo intentamos todo. De que nos podemos lavar las manos más tranquilos.

Este libro, más que narrar de una forma muy aterrizada hechos históricos y condimentarla con un poco de sobria ficción de viajeros en el tiempo, es una invitación a viajar hacia el interior de nosotros y madurar respecto a las decisiones que tomamos. De hacernos responsables y dejar de engañarnos de a poco. Porque el tiempo, el tiempo no vuelve.






lunes, 8 de diciembre de 2014

El Que No Busca A Veces También Encuentra

I don't give a damn
How it's supposed to be
That might work for you
It don't work for me


Muy de vez en cuando algunas respuestas llegan en momentos casi milagrosos.

Como si alguien supiera por lo que estás pasando.

Como si esa otra persona te entendiera más que nadie en el mundo.

Esas señales no pueden ser ignoradas.

Abracé casi cada una de las líneas del artículo "How to Be Alone: An Antidote to One of the Central Anxieties and Greatest Paradoxes of Our Time" de Maria Popova. Y es que cuando te han tratado de egoísta hasta sociópata, pasando por antisocial, introvertido e inseguro entre otros tantos apelativos, vaya que te empiezas a cuestionar todo.

El artículo está basado en el libro "How to Be Alone" de Sara Maitland (que por supuesto ya estoy encargando ;-)) y es una exploración sobre la soledad. Pero la soledad que hace bien, la que uno elige por convicción por sobre todo; no la que se odia porque no se busca. La que hace que uno se sienta en su estado natural. La que nos hace libres finalmente.

Porque a veces existen ataduras invisibles, porque la sociedad nos ha hecho creer que somos sólo imagen:

"Nada es más destructivo de relaciones cálidas que la persona que sin cesar 'le da lo mismo'. Ellos no parecen ser un individuo completo si no tienen nada de ellos mismos que 'traer a la mesa', por así decirlo."

Porque esta misma sociedad se ha encargado de hacernos sentir que estamos mal, y como dicen por ahí: No es síntoma de buena salud estar perfectamente acostumbrado a una sociedad enferma. Y a la larga, estas personas son las que nos pueden hacer enfermar:

"Si le dices a la gente suficientes veces que son infelices, incompletas, posiblemente enfermas y egoístas; definitivamente habrá una posibilidad de que una mañana gris cuando se despierten con el inicio de un desagradable frío y se pregunten si son solitarios en lugar de estar simplemente 'solos'."


Hoy definitivamente me siento un poco más tranquilo conmigo mismo. No espero más tampoco, pues sé que con el transcurso de los días estaré mejor; y es que hay cosas que solas deben fluir como un riachuelo y siempre tendré la oportunidad de quedarme en silencio, escuchando su arrullo, a veces dulce, a veces no... 

martes, 4 de noviembre de 2014

This is Love, This is Life



These days it seems like there’s three sides to every story
There’s yours, mine, lately there’s the cold hard truth


domingo, 2 de noviembre de 2014

Los Monstruos de Halloween

La noche de Halloween acaba de pasar.

Ayer por la tarde sentí las risas de los niños jugando en la calle. Al mirar, los veo felices corriendo de un lado para el otro. Un fin de semana normal habría dicho cualquiera, salvo por los disfraces.
En Halloween los niños se visten de los monstruos a los que año a año temen menos. Seres imaginarios creados por escritores, directores de cine o a partir de creencias populares. Los niños luego aprenden a temer a entes reales, que realmente les pueden dañar a ellos o a sus seres queridos. Los extraños, los delincuentes, locos y no tanto. 

Lo cierto es que ambos temores provienen del exterior a ellos, son de cierta manera implantados por la cultura o la sociedad. Como parte del crecimiento los primeros, como medida de sobrevivencia los últimos.

Pero ¿qué sucede luego cuando nos volvemos adultos? El miedo a los monstruos lógicamente desaparece junto con la inocencia. El temor a ser víctimas de algún delito se mantiene, pero la mayor parte del tiempo usamos un instinto y una lógica de protección que con el paso de los años hemos desarrollado. 

¿Quiere decir entonces que de adultos ya no tenemos miedo? Nada más lejos de la realidad, partiendo por el hecho de que nunca maduramos, sino que actuamos como la sociedad espera que lo hagamos de acuerdo a un número que representa nuestra edad. Pero esto último es harina de otro costal. Volvamos a los miedos. Los temores de los adultos han sido reemplazados. Superamos o asimilamos los miedos externos pero desarrollamos unos tal vez más terribles aún: nuestros propios monstruos internos. Los hay distintos en magnitud y naturaleza para cada mortal, y comunes también para otras personas.

He aquí como muestra una galería de imágenes de terror de los adultos (mire, si se atreve...): El miedo a perder el trabajo, el miedo a quedarse solo en la vida, el miedo al rechazo. El temor a ser olvidado en vida, el miedo a estar con la persona equivocada el resto de la vida, el miedo a fracasar. El temor a jamás ser comprendido. El miedo a perder lo que más aprecias de este mundo.
¿Quién puede decir que no visualizó en su mente alguno de estos temores en carne propia mientras los leía? ¿Cómo lo hacemos entonces para no quedarnos petrificados ante la avalancha de monstruos que día a día nos acechan desde nuestro interior esperando escapar y materializarse ante nuestros ojos como la pesadilla de la cuál ni imaginamos cómo despertar?

Lo cierto es que nadie vive en negación de sus fantasmas, pues la vida de los temerarios tiende a ser muy corta y en vano (aunque con un cadáver hermoso dirán los más frívolos). Me gusta pensar que lo que hacemos es finalmente conversar con nuestros monstruos. Día a día dialogamos con ellos y por lo general prima la razón por sobre su locura. Pero a veces, y sólo a veces, nos susurran al oído lo que no queremos oír, porque además nos aterra aceptar que ellos en ocasiones también tienen la razón...

lunes, 20 de octubre de 2014

Retrospección I

12775 días de vida.
Es buen número.
Hay algunas historias que contar en esos días. Seguro.
Las hay de un día; de varios múltiplos de 365 también.
Las hay de horas también: que no alcanzan a ver el cambio de día-noche-día

Dicen que de todas las historias se pueden sacar lecciones. Tengo las mías de unas pocas; de otras aún no consigo verlas (tal vez alguien más se las llevó).

35 años. 11 de ellos durmiendo.
Recuerdo un par de mis últimos sueños de manera muy particular. Recuerdo uno donde escuchaba una composición musical única. Me desperté con la sensación de que nunca había soñado algo así y con la necesidad de reproducir de alguna forma aquella melodía. Se fue.

O aquella vez que soñé con el mismísimo Lucifer. Aún puedo recordar haber despertado con el corazón muy acelerado ante su viva presencia. Luego más tranquilo haber pensado "¿Quién cresta sueña con Mefistófeles?" (teniendo en cuenta que no me considero precisamente un creyente).

35 años, 11 durmiendo. 24 años despierto. Serán apenas unos 9 años viviendo en madurez. Lo cierto es que nunca maduramos, sino que es lo que se espera de nosotros.

9 años de lucidez. Soñando despierto mirando el cielo de mi habitación antes de dormir. Reuniendo coraje para dejar de mirarlo por las mañanas y salir armado con un poco más de fe en que la vida puede ir un poco mejor.


martes, 7 de octubre de 2014

Todo Tiene Su Tiempo

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. ¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?

Eclesiastés 3:1-9
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