martes, 4 de noviembre de 2014

This is Love, This is Life



These days it seems like there’s three sides to every story
There’s yours, mine, lately there’s the cold hard truth


domingo, 2 de noviembre de 2014

Los Monstruos de Halloween

La noche de Halloween acaba de pasar.

Ayer por la tarde sentí las risas de los niños jugando en la calle. Al mirar, los veo felices corriendo de un lado para el otro. Un fin de semana normal habría dicho cualquiera, salvo por los disfraces.
En Halloween los niños se visten de los monstruos a los que año a año temen menos. Seres imaginarios creados por escritores, directores de cine o a partir de creencias populares. Los niños luego aprenden a temer a entes reales, que realmente les pueden dañar a ellos o a sus seres queridos. Los extraños, los delincuentes, locos y no tanto. 

Lo cierto es que ambos temores provienen del exterior a ellos, son de cierta manera implantados por la cultura o la sociedad. Como parte del crecimiento los primeros, como medida de sobrevivencia los últimos.

Pero ¿qué sucede luego cuando nos volvemos adultos? El miedo a los monstruos lógicamente desaparece junto con la inocencia. El temor a ser víctimas de algún delito se mantiene, pero la mayor parte del tiempo usamos un instinto y una lógica de protección que con el paso de los años hemos desarrollado. 

¿Quiere decir entonces que de adultos ya no tenemos miedo? Nada más lejos de la realidad, partiendo por el hecho de que nunca maduramos, sino que actuamos como la sociedad espera que lo hagamos de acuerdo a un número que representa nuestra edad. Pero esto último es harina de otro costal. Volvamos a los miedos. Los temores de los adultos han sido reemplazados. Superamos o asimilamos los miedos externos pero desarrollamos unos tal vez más terribles aún: nuestros propios monstruos internos. Los hay distintos en magnitud y naturaleza para cada mortal, y comunes también para otras personas.

He aquí como muestra una galería de imágenes de terror de los adultos (mire, si se atreve...): El miedo a perder el trabajo, el miedo a quedarse solo en la vida, el miedo al rechazo. El temor a ser olvidado en vida, el miedo a estar con la persona equivocada el resto de la vida, el miedo a fracasar. El temor a jamás ser comprendido. El miedo a perder lo que más aprecias de este mundo.
¿Quién puede decir que no visualizó en su mente alguno de estos temores en carne propia mientras los leía? ¿Cómo lo hacemos entonces para no quedarnos petrificados ante la avalancha de monstruos que día a día nos acechan desde nuestro interior esperando escapar y materializarse ante nuestros ojos como la pesadilla de la cuál ni imaginamos cómo despertar?

Lo cierto es que nadie vive en negación de sus fantasmas, pues la vida de los temerarios tiende a ser muy corta y en vano (aunque con un cadáver hermoso dirán los más frívolos). Me gusta pensar que lo que hacemos es finalmente conversar con nuestros monstruos. Día a día dialogamos con ellos y por lo general prima la razón por sobre su locura. Pero a veces, y sólo a veces, nos susurran al oído lo que no queremos oír, porque además nos aterra aceptar que ellos en ocasiones también tienen la razón...
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